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Domingo, 22 de diciembre de 2024
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Héctor Schamis Cuba

Irán en Cuba, Nicaragua y Venezuela

Lea aquí la última columna de opinión de Héctor Schamis, profesor de la Universidad de Georgetown.

Ebrahim Raisi, presidente de Irán, visitará Venezuela, Nicaragua y Cuba la próxima semana para “fortalecer relaciones con los países amigos de América Latina”. La delegación de altos funcionarios viaja con el objetivo de “elevar el nivel de cooperación económica, política y científica con ellos”.

Así dice la brevísima nota informativa de IRNA, la agencia oficial de noticias de la República Islámica. El periódico oficialista Kayhan, por su parte, expande la información haciendo referencia a la firma de acuerdos de cooperación en ciencia, tecnología, agricultura, gas y petróleo, petroquímica, turismo y cultura, pero sin demasiados detalles.

Lo peculiar es que se trata de una visita de Estado a países con los que Irán apenas comercia. De hecho, según los organismos financieros internacionales ninguno de los países mencionados aparece entre sus veinte socios comerciales más importantes. América Latina representa alrededor del 2% de su comercio total.

La información sobre el intercambio con Venezuela es opaca, esto último por obvias razones. Nótese, los cuatro países están sancionados por Estados Unidos y varios países europeos; los cuatro son aliados de Rusia en la guerra contra Ucrania. Irán además provee a Rusia con equipamiento militar, drones que han sido utilizados en ataques en territorio ucraniano. O sea, los acuerdos bien podrían ser de otra clase.

Sobre todo con Venezuela. La estrecha cooperación entre la teocracia iraní y el régimen chavista se remonta a la época del propio Hugo Chávez, ello en la relación formal entre ambos Estados—hoy Caracas triangula su petróleo sancionado con la ayuda de Irán—como en la relación con operadores no estatales de Teherán—es decir, Hezbollah.

En ningún país del hemisferio la penetración del terrorismo internacional ha llegado tan alto en la estructura del Estado como en Venezuela. Recuérdese la emisión de miles de pasaportes en el consulado venezolano en Damasco, entre 2008 y 2009, y que justamente terminaron en manos de Hezbollah. El Ministro del Interior, autoridad a cargo de la emisión de los documentos, era Tareck El Aissami.

Y quizás en ningún otro lugar del hemisferio dicha relación haya tenido mayor impacto que en Argentina. Varias investigaciones periodísticas concluyeron que el Memorándum de Entendimiento con Irán—cuyo objetivo era revocar las alertas rojas de Interpol contra los imputados por el ataque a la Embajada de Israel en 1992 y a la AMIA en 1994—se diseñó entre Teherán, Buenos Aires y Caracas, y que se concretó en el despacho del mismísimo Hugo Chávez.

Estos acontecimientos del pasado trascienden hasta hoy. En enero de 2022, en ocasión de la quinta toma de posesión de Daniel Ortega, el gobierno iraní estuvo representado por el viceministro de Asuntos Económicos, Mohsen Rezai. Sobre él pesa una alerta roja por la causa AMIA cuando era un alto jefe de la Guardia Revolucionaria Islámica, apoyatura estratégica y operacional de Hezbollah.

En junio del mismo año, un avión de Emtrasur Cargo, subsidiaria de la sancionada venezolana Conviasa, aterrizó en Buenos Aires. La embajada de Estados Unidos informó entonces que la matrícula del avión figuraba entre las aeronaves de la iraní Mahan Air, empresa sancionada y sujeta a incautación por el Departamento del Tesoro, y que su piloto era Gholamreza Ghasemi, oficial de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria.

Estos episodios son apenas viñetas, apuntes sobre las relaciones iraníes-latinoamericanas que intentan darle contexto al viaje del presidente iraní. Este viaje profundiza la presencia de Irán en el hemisferio occidental, y con ello aumenta el riesgo y la vulnerabilidad de América Latina.

Cuba, Nicaragua y Venezuela, tres dictaduras puras y duras que apoyan la guerra de agresión de Putin y se asocian al régimen fundamentalista iraní y sus organizaciones terroristas conexas. Ello los hace cómplices de las vastas violaciones a los Derechos Humanos y los crímenes de lesa humanidad que estos cometen, análogos, por cierto, a los cometidos en casa.

Con ello se apartan de Occidente. Término controversial y siempre debatible acerca del cual abundan definiciones con tantos atributos como se deseen. Sin embargo, no pueden obviarse sus dos pilares cognitivos cardinales: uno es el racionalismo, la idea que el conocimiento se deriva del razonamiento deductivo, no de verdades reveladas por monarca, iglesia, Estado o partido alguno, a propósito de dictaduras de partido único y teocráticas.

El otro es la Ilustración, corriente intelectual y filosófica que, de manera complementaria al racionalismo, proclamó la centralidad de la libertad individual y la tolerancia religiosa. El constitucionalismo liberal es su legado, el capitalismo democrático su consecuencia lógica. De ahí que las relaciones internacionales de nuestras dictaduras de hoy tengan implicancias civilizatorias. Negativas, esto es.

Y se puede ser muy de izquierda—nuestros déspotas dicen ser “de izquierda”—y preservar la integridad de Occidente. Después de todo, el pensamiento socialista, y en todas sus vertientes, también es heredero del racionalismo y la Ilustración.

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