Construir creencias o forjar narrativas bajo un régimen de la mentira como el instalado en Venezuela y la complicidad de los poderes públicos y del mundillo de los partidos-franquicia, explica que se diga y repita que María Corina Machado está inhabilitada para ser candidata a la presidencia de Venezuela. Ello es falso, así háyanse forjado cartas, actas sin expedientes, o se lleven noticias a los medios internacionales afirmando lo contrario.
De acuerdo con la Constitución formalmente vigente y como lo indican los tratados internacionales de derechos humanos, una persona sólo puede quedar inhabilitada políticamente mediante una pena accesoria, en un juicio penal que se haya desarrollado y concluido, y cuya sentencia condenatoria resulte inapelable. Nada de eso ha ocurrido con relación a Machado.
Hugo Chávez Frías como Gustavo Petro, presidente de Colombia y en un silencio de este que avergüenza, pudieron inscribir sus candidaturas presidenciales y resultar elegidos, con estricto apego al orden constitucional, por no encontrarse condenados penalmente y de manera firme.
De modo que, sólo por obra de un severo relajamiento en los valores éticos que soportan a la experiencia democrática y la relativización del Estado constitucional de Derecho – banderas irrenunciables en quienes luchan de forma sincera por la libertad del pueblo venezolano – se entiende que algunos actores políticos y opinadores, mientras le tributan loas a Machado, tras el telón o en pleno escenario sugieran como lo hacen que, por razones “prácticas” se debe pensar en un sustituto que pueda inscribirse como candidato, para romper las resistencias del régimen dictatorial y realizar unas elecciones de comparsa.
Otros falsifican la experiencia ajena y omiten la propia, para sostener el despropósito suicida. Arguyen que en Chile hubo de entenderse la oposición con el régimen de Augusto Pinochet – en el marco de elecciones controladas por la dictadura – hasta lograr desalojarlo del poder. Falso de toda falsedad.
Contaba Chile, entonces y como columna vertebral del poder y el sostenimiento del orden político de facto, con una institución de fuerte arraigo histórico y solidez como las Fuerzas Armadas. Muy distintas de la miríada de pulperos en las que Chávez transforma a la nuestra, fragmentándola y corrompiéndola para evitar que se le repitiese otro 11 de abril. Fueron los comandantes chilenos, justamente, los que de conjunto decidieron – tras ser aprobada la Constitución de 1980 – que se les acercaba el momento de dejar el poder y devolverlo al mundo civil. Fui testigo de excepción.
La condición fijada por los jefes militares del país austral era una sola, no traspasarlo a la izquierda comunista que destruyó al país y dio origen el golpe de Estado en 1973. Y en el caso de Venezuela, salvo el cuento épico que se repite y es propio de nuestras costumbres seculares, en 1958 deja el poder Marcos Pérez Jiménez una vez como el Estado Mayor General le retiró su confianza, encabezando la transición el Contralmirante Wolgang Larrazábal Ugueto a quien sigue el académico Edgar Sanabria.
Pero volvamos a lo central. Machado adquirió legitimidad democrática plena como candidata en unas elecciones primarias populares, en las que vence con un 90%. Ello, a pesar de que conspiraran en su contra, coaligados, el régimen dictatorial y los mismos partidos-franquicia que decidieron enterrar – para complacer a este y al Departamento de Estado – el Interinato de Juan Guaidó que ellos mismos forjaron, que administraron, y luego lo dejaron sin memoria para la memoria histórica.
De modo que, para que se hable de la efectiva realización de unas elecciones libres, justas, competitivas, transparentes y de suyo observables internacionalmente y verificables en Venezuela, María Corina Machado debe ser candidata. No se trata de respetarla a ella, sino de proteger a la voluntad popular expresada, en cuyo defecto, nunca habrá democracia. Podrá haber elecciones una vez más como en el pasado, con candidatos escogidos por la Plataforma Unitaria a la manera de una «casta entrópica», pero serán un clon de las elecciones simuladas de 2018. Jamás serán unas elecciones democráticas.
En tal orden, más que los alacranes consabidos y conocidos ad nauseam, que sean los propios dirigentes de las franquicias partidarias opositoras y que sobreviven como deslaves del pasado glorioso de la república civil, quienes sugieran desde ya sustitutos para la Machado, muestra el desprecio que, al igual que la dictadura, le profesan a la soberanía popular. Le limpian el rostro a una organización que ha secuestrado a Venezuela para volverla nicho de impunidad para criminalidad común y el narcoterrorismo, granjeándole reconocimientos que la tamizan. Y arguyendo la inevitabilidad demostrada de su poder disolvente, predican la inutilidad de las sanciones internacionales que pesan sobre los responsables de graves hechos de corrupción y lavado de dineros, como de crímenes de lesa humanidad.
Que a esa estructura de maldad absoluta la apuntalen bayonetas, en modo alguno predica que en Venezuela impere una dictadura militar o cívico-militar; pues hasta los regímenes de facto que ha conocido América Latina, creaban legislaciones para la gobernanza de hecho y hasta reclamaban que a sus presidentes se les llamase constitucionales.
En la moral judeocristiana, no sólo en la de la experiencia de la democracia, existe un dogma de fe: a fines legítimos, medios legítimos y viceversa. Las premisas las repito y son claras: Machado tiene legitimidad democrática y no está inhabilitada constitucionalmente. Su inhabilitación es una Fake News, soportada por un régimen de la mentira. Y si las elecciones han de ser democráticas, nunca las habrá mientras se transen los señalados principios y sin la participación de Machado.
Lo dijo Calamandrei, ante un totalitarismo serio como el fascista y que como ejemplo es casi irreverente emparejarlo con el estadio de disolución sin reglas que ha impuesto en Venezuela el aventurerismo: “Entre la burocracia de la ilegalidad y la de la legalidad [formal] media una alianza secreta, una reciprocidad vicaria… La mentira policía, más que degeneración o corrupción es normalidad, es el instrumento fisiológico del gobierno [despótico]”.
La adhesión popular que la arrastra y acompaña es genuina en María Corina Machado, por lo mismo en fin es intransferible; es de raigambre social y sociológica, casi mítica, únicamente explicable ante la orfandad de un pueblo sin dolientes y en diáspora, urgido de afecto maternal verdadero y de que cese su explotación como objeto de consumo y sin proyectos de vida propios. La idea de “liminariedad” en la estética – “adecuación a la verdad” – es la que mejor la describe, dicho esto para los entendidos en filosofía; pues se refiere a la forma en que la que todo sujeto percibe al mundo y su sentido, y a sus momentos umbrales que le pueden llevar a una transformación.
Machado encarna un fenómeno que tiene por nombre el rescate de la dignidad de los venezolanos, civiles y militares en anomia. Las primarias casi que no se llevan a cabo, pero ella entendió que su compromiso iba más acá y más allá del evento comicial. Y las presidenciales podrán o no realizarse, como otra falacia, pero la resistencia de los venezolanos contaría para lo sucesivo con un rostro auténtico que podrá acompañarla por un tiempo más del previsto. ¡No cabe que esta vez se repita, como durante las dos últimas décadas, el mito de Sísifo!