Bochornoso Gerard Piqué. El exfutbolista y expareja de la cantante Shakira se sinceró este fin de semana en una entrevista en la que, tras su separación, dijo haber recibido una ola de críticas de seguidores de la cantante que censuraron su comportamiento y su decisión.
“Mi expareja es latinoamericana”, dijo, “no sabes lo que he llegado a recibir por redes sociales de gente que es fan de ella, pero barbaridades”.
Con pocas palabras, Piqué consiguió ganarse la enemistad de (sino todos, me atrevería a decir que la mayoría de) los fans latinoamericanos de la cantante a quienes calificó de “robots” y de “gente que no tiene vida”, porque le escriben y critican en lo que él describe como “acoso”.
Para empezar, ¿qué necesidad tenía Piqué de describir a su exmujer como “latinoamericana”? Shakira es una cantante global, con seguidores en todo el mundo; pero Piqué la ve como una latina.
El uso del gentilicio es innecesario y destila un tono despectivo igualmente innecesario que algunos han leído incluso como xenofóbico (sólo Piqué sabrá porqué lo usó y si ese era el trasfondo de su subconsciente).
América Latina, como la tierra que tanto ama Gerard Piqué, ha sido tierra de acogida de miles de compatriotas del jugador que durante todo el siglo XX buscaron un futuro mejor, fueron acogidos, prosperaron y encontraron una nueva vida. Algunos regresaron, otros se quedaron en las Américas y comenzaron una nueva vida.
El fenómeno se mantiene igual hoy, y en la doble vía: miles de latinoamericanos cruzan el Atlántico para asentarse y aportar, trabajando como lo hizo Shakira en Barcelona o en cualquier otra parte de esa tan estimada tierra de Piqué.
Las palabras de exfutbolista no representan a sus compatriotas, trabajadores que han visto siempre el mundo como su mundo –todo, en su conjunto–, sin fronteras ni limitaciones mentales o físicas; que han mirado tanto a China, como a Australia, la tierra de Fuego, Colombia, Centroamérica o Canadá como una oportunidad para viajar, trabajar o hacer negocio o turismo y ser ciudadanos del mundo.
Piqué se retrata, y con ese retrato se representa solo a él mismo o a una minoría con una mirada muy pequeña, corta de miras que –por decir lo menos– sonroja a más de uno.
