En Wikipedia existe un artículo que lleva por título “Diálogos durante la crisis en Venezuela”. Es una recopilación cronológica en la que aparecen al menos una docena de ellos desde 2001. Nótese la formulación, “durante la crisis”; más de dos décadas, casi la totalidad del tiempo del chavismo en el poder.
Tres de dichos diálogos tuvieron lugar con Chávez aún con vida. Posteriormente, desde 2014, un sinfín de reuniones se llevaron a cabo en diversos lugares y con distintos mediadores; ello además de varios llamados al diálogo desoídos. La mesa de diálogo de la OEA, Grupo Boston, Conferencia Nacional por la Paz, República Dominicana, Noruega, Barbados, México, entre otros capítulos, ilustran dicho proceso.
La lista completa de dichas reuniones —con títulos pomposos y resultados nulos— subraya la futilidad del ejercicio en perspectiva histórica, y evidencia la devaluación del propio significado del término “diálogo”. En definitiva, un ejercicio repetitivo cuyo objetivo quizás nunca fue obtener resultados concretos sino tan solo reproducir un ritual. Como en la teoría sociológica funcionalista, según la cual la danza de la lluvia no hace llover, pero redunda en mayor cohesión e integración del grupo.
Es solo que en el caso de Venezuela dicha danza no se tradujo en mayor cohesión e integración social, sino en mayor cohesión e integración del partido y régimen oficialistas. Es decir, mayor capacidad de prolongar su estadía en el poder por la vía de reunirse en lugares neutrales y/o con testigos de prestigio, sonreír para las fotos y repetir la palabra diálogo y similares ad nauseam. Hasta que, una vez disipada la crisis que forzó al régimen a dialogar en primer lugar, se decretó su finalización y Maduro estabilizó su gobierno.
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Pues dichos diálogos fracasaron porque, precisamente, jamás se trató de una negociación en sentido estricto; o sea, un proceso por el cual dos partes se legitiman mutuamente y conceden algo, para así obtener otro tanto. Estos temas revisten especial importancia hoy, cuando todo indica que estamos en vísperas de la rehabilitación internacional del régimen de Maduro, o al menos del firme intento.
Nótese, Maduro asiste a la COP-27 en Egipto, para lo cual se debió soslayar su ecocidio en la cuenca aurífera del Orinoco, una catástrofe causada por la minería ilegal de la que vive el Estado. En paralelo, Jorge Rodríguez asiste al “Foro por la Paz” invitado a París por Emmanuel Macron, donde dialogó con Gerardo Blyth, el delegado de la Plataforma Unitaria. Para ello se debió pasar por alto que el nombre de Jorge Rodríguez está en la cadena de mando en el expediente de la causa por Crímenes de Lesa Humanidad que investiga la Fiscalía de la Corte Penal Internacional. ¿Liberté, égalité, fraternité con criminales?
Maduro siempre buscó lo mismo: quedarse en el poder, para auto amnistiarse por dichos crímenes, y el levantamiento de sanciones, no para el bienestar del pueblo sino para reproducir la codiciosa rapacidad que engrasa las ruedas del bloque en el poder. El problema es que para ello la dictadura necesita relegitimarse, pero busca lograrlo manteniendo el status quo, sin conceder nada que sea tangible y tenga significado.
Si las negociaciones sobre una transición en Venezuela son para que Maduro vuelva a ganar y estabilizar su dictadura, una vez más, ya sabemos entonces que esa transición no será democrática. Si la normalización internacional de Maduro ocurre por petróleo ante la escasez de recursos energéticos para el invierno europeo, ello es más incomprensible aún. PDVSA necesita largos meses y miles de millones de dólares para ser capaz de producir. Canadá y Noruega, aliados occidentales, estarían en condiciones de aumentar su producción de gas y petróleo en semanas.
El problema adicional es que Maduro cada vez tiene menos para conceder, lo cual dificulta el diálogo próximo a continuar en México. Salvo que las democracias occidentales involucradas en esta nueva fase decidan legitimar a Maduro, y por consiguiente rehabilitarlo, a cambio de nada. La cumbre del clima, las sonrisas de Macron y las bromas de Jorge Rodríguez permiten pensarlo.
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El juego es repetitivo, el ejercicio es redundante y estéril si no se sube la vara de lo inaceptable. La forma está haciendo las veces de contenido. Los crímenes de lesa humanidad no prescriben, son de responsabilidad individual y la investigación avanza en La Haya. ¿Qué va a conceder el régimen, acaso va a detener los crímenes? ¿Va a juzgar a los responsables? ¿O estamos en camino a una amnistía, ya sea de jure o de facto?
No es algo que el pueblo venezolano pueda digerir gratamente. Queda por ver si alguna de las grandes democracias occidentales está dispuesta a ello. No parece ser imposible, la cumbre climática ya le dio la bienvenida a un ecocida.
Como resultado de esta crisis humanitaria compleja y de destrucción institucional 7 millones de venezolanos han abandonado el país. A pie, además, caminando al sur y caminando al norte. Prefieren cruzar el Darién antes que vivir bajo Maduro.
Dicho éxodo representa una crisis multidimensional para todos los países de la región: en salud, en seguridad, y en recursos fiscales. ¿La postura de los países receptores será parte de la próxima ronda de diálogo? Ellos tienen el derecho a plantear qué están dispuestos a aceptar y qué no de la salida negociada en cuestión. ¿O seguirá el éxodo como hasta ahora, una vez que se haya rehabilitado a Maduro?
En Álgebra se llama ecuación trivial o nula a la tautología 0 = 0. El orden de las variables se repite en todas las ecuaciones de un sistema nulo. Así han sido siempre los diálogos en Venezuela, no por accidente sino por diseño del régimen. Nadie concede nada porque nadie tiene nada para ofrecer. Cero solo puede ser igual a cero.